Todo indica que el arreglo para instalar a las fuerzas armadas norteamericanas en siete bases colombianas tiene su buen tufillo de politiquería. Ocurre que en su primera visita a Washington, luego de la posesión de Obama, el colombiano Uribe había recibido un firme veto de la nueva administración a su intención de buscar una tercera reelección presidencial. El yanqui había subido empeñado en redorar los blasones republicanos de su país, luego de la ‘gestión' de Bush, y no convenía autorizar un ‘continuismo'. La causa contra el reeleccionismo, además, debía convertirse en el eje de propaganda contra los afanes de Chávez, Evo y Correa. De repente, sin embargo, apenas concretado el asunto de las bases, Uribe da una inconfundible señal de que aquel veto fue levantado y relanza su planteo de re-reelección. Se devela, así, una de las facetas relativamente ocultas del acuerdo sobre las bases colombianas: Uribe le clavó otro tornillo al cajón de la soberanía nacional de Colombia a cambio del plato de lentejas de un nuevo mandato. Lo que tendrá que explicar Obama ahora es por qué lo que vale para Uribe no vale para Zelaya, quien fue sacado de su cama en pijama con el pretexto de que pretendía cometer el crimen de lesa democracia de buscar otro mandato de gobierno. Por esta vía, Obama va en camino a convertirse en un bufón, pero es indudable que una campaña re-reeleccionista por parte de Uribe acentuará todavía más la crisis política en pleno desarrollo.
Pero si de bufonería se trata, la copa del mundo se la lleva la Unasur. Los presidentes de los países que la integran desfilaron por Quito sin hacer avanzar un ápice la causa contra el golpe hondureño - y tampoco contra las bases colombianas. Aquí también está en marcha un ‘arreglo': Brasil ‘exigió' a Estados Unidos que las bases no fueran usadas más allá de las fronteras colombianas. Lula sabe que se trata de una estupidez, pues el radio de acción que permite la aviación que opera en ella excede largamente el territorio colombiano. Pero al ‘metalúrgico' brasileño sólo le importa salvar la cara y obtener, a cambio, una mayor cantidad de contratos para su empresa aérea Embraer y para otros proyectos militares. En nuestras pisoteadas tierras, los nacionalistas presentan estos hechos como una ocasión para justificar un mayor gasto militar, que para ellos sería ‘antiimperialista'. Incluso presentan como tal a la integración militar que promueve Unasur. Nada más falso: las débiles economías de América Latina y sus clases trabajadoras no tienen espaldas para soportar el gasto en armamentos. La vía del ‘antiimperialismo' es el desarrollo de la revolución a lo largo y ancho del continente - no pasa de ningún modo por alimentar este parasitismo tardío del militarismo en las semicolonias. La Unasur es un complot contra las masas de América Latina; fortalece el aparato de represión - y si no que lo digan los aborígenes de la Amazonía brasileña. Si fuera necesaria una prueba adicional bastaría que la centroderecha retornara al gobierno en algunos países (las fuerzas armadas y policiales del cono sur son una continuidad estructural de las dictaduras militares).
En definitiva, mientras las masas hondureñas cruzan los montes para llegar a Tegucigalpa y San Pedro Sula, la diplomacia, tanto nacionalista como gorila, sigue jugando al juego del retorno de Zelaya y de la defensa de la democracia. Los golpistas, naturalmente, se envalentonan, al punto que han denunciado al mismo secretario general de la OEA como un ‘perturbador'. La diatriba apunta a los oídos de Washington, que no quiere un nuevo período para el chileno Insulza. Las organizaciones populares de todo el mundo, mientras tanto, envían delegaciones a Honduras para proteger a los activistas de ese país de la represión y de la acción de los grupos de tareas. Tendríamos que dar un paso más y hacer una convocatoria a un congreso latinoamericano o internacional (con participación de organizaciones solidarias antiimperialistas de los Estados Unidos) en el mismo terreno de los hechos. La CTA o la Fuba podrían asumir iniciativas de ese tipo, e incluso la CGT.
Después de todo, en Honduras está en marcha, por ahora, una suerte de 17 de Octubre - una movilización por el retorno al gobierno de un líder repentinamente popular que pertenece a la clase dominante. Las masas se desplazan desde todo el país, sin una definida delimitación de clase, para imponer el retorno del impensado caudillo. La diferencia con el '45 es que la clase capitalista que opera en el país, al principio dividida, se ha reagrupado en forma sólida, al menos por ahora, y lo mismo ocurre en el plano internacional, luego de las primeras vacilaciones de Obama. Existe el temor en la burguesía, incubado por la revolución sandinista de 1979, de que la movilización engendre una revolución social. De todos modos, la crisis por arriba es lo suficientemente profunda como para admitir el desarrollo de un movimiento popular que ya lleva dos meses. Hay una brecha o fisura para aprovechar. Iniciemos una campaña para realizar en Honduras un congreso internacional, convocado por organizaciones populares de masas, para apoyar al pueblo hondureño e impulsar un movimiento antiimperialista a escala continental.
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